viernes, 20 de agosto de 2010

VIOLENCIA Y ESCUELA

Información sacada del sitio:

http://www.mexicanosprimero.org/maestros/blog-mexicanos-primero/288-violencia-y-escuela-.html


Violencia y escuela



Miércoles 2 de junio de 2010.

¿Qué tiene que pasar para que se ejecute al director de una primaria, delante de los niños (Escuela Vicente Guerrero, Durango), o para rociar de balas a oponentes en la reja de la escuela (Escuela Chihuahua 2000, en esa ciudad), como se reportó en ese fatídico lunes que apenas pasó?


Alguien puede decir que son sucesos aislados, "daños colaterales" en la irritación resultante de una lucha nacional contra el narco. El asunto es que esa violencia que parece sobrevenir de fuera no está sola. Muchas veces, tristemente, corresponde con la violencia dentro de la escuela.


No debemos circunscribir el fenómeno al llamado "bullying". El hostigamiento violento entre pares por parte de los niños y adolescentes es muy lamentable, pero no es la única posibilidad; hay también violencia entre los adultos, y de los adultos con respecto de los niños. Por ello es más preciso y completo hablar de "violencia escolar". Me referiré a ella no sólo considerando actos explosivos de daño físico concreto; el maltrato -sea abuso verbal, discriminación, burla, humillación- incluye también las actitudes, y puede englobar a la comunidad escolar entera: ir a la escuela puede experimentarse como agresión, por la hostilidad sufrida en el salón, en el patio, a la salida.


















Los expertos más renombrados -Peter Smith, inglés, y Christina Salmivalli, finlandesa- reconocen un doble movimiento en estudios comparativos a lo largo y ancho del planeta: hay un efectivo aumento de agresión en el contexto escolar, y además hay una visibilización que en el pasado permitía a padres y autoridades desentenderse de muchas situaciones que son objetivamente graves.


Me explico: los menores escolarizados fueron, buena parte de los siglos XIX y XX, parte del sistema "golpessori"; se veía normal y se considera tolerable -o hasta deseable- que hubiese castigos corporales en la escuela. Una sociedad machista, vertical, autoritaria propició que el abuso físico se considerara parte del proceso de aprendizaje. "La letra con sangre entra", fue la divisa de humillaciones a los alumnos de menor desempeño; vamos, a veces fueron -espero que ya nunca más- los propios padres los que incitaban a los maestros: "usted péguele si no le hace caso".





Si consideramos, como nos propuso el ya legendario texto de la UNESCO conocido como el Informe Delors, que la escuela es centralmente un espacio destinado a aprender a ser y a aprender a convivir, la violencia es una de las más brutales contradicciones de la escuela. La escuela, como dispositivo cultural que usa una sociedad para reinventarse, para volver a creer en sus propios ideales, para reactivar sus aspiraciones de justicia, no puede ser violenta. La escuela violenta es una contradicción en los términos, el suicidio de la congruencia.


Como humanos que somos sería falta de realismo suponer que en un espacio de tantas horas de convivencia no surjan desavenencias, o que no caiga alguno en la tentación de imponerse por la fuerza física; muy distinto es desertar de la obligación clara y permanente de los educadores para hacerse responsables del buen trato y de la colaboración digna, formativa y satisfactoria.















¿Por qué puede instalarse la violencia en la escuela? Básicamente por un mecanismo de transferencia: abuso y sumisión son la mayor parte de las veces conductas que se inician en el hogar y se llevan a la escuela. De ahí la gran responsabilidad de los padres y madres: ¿qué aprendieron de ti, de tus actitudes y formas de enfrentar el desacuerdo?; ¿está bien pegar primero y luego averiguar?; ¿estar grandote te da derecho al despojo y a la grosería?; ¿vales poco y es normal que te maltraten?; ¿no te puedes esperar una intervención inmediata de un adulto que impida el daño y sancione la ofensa?


Más aún: es psicopedagógicamente demostrable que el abuso y la sumisión son actitudes minoritarias: verdugo y víctima suelen ser casos extremos e identificables. Pero lo que más espanta es la multitud silenciosa y cómplice. Si educamos en casa -y reforzamos en escuela- que lo mejor es no intervenir, dejar que pase y suspirar aliviados de que "no nos tocó", o peor, hacer el juego y la comparsa festejando al abusivo, entonces no esperemos que acabe la violencia escolar. Es más, no esperemos que acabe la violencia fuera de la escuela, porque el principio es el mismo: el abuso se da por un abusivo y un contexto de impávidos, negligentes y/o cobardes. ¿Es duro lo que digo? Tal vez, pero creo que la indignación lo amerita.
Continuaré en la próxima entrega, pero le dejo un pensamiento: los grandes crímenes universales, como los genocidios contra gitanos, judíos, indios americanos o armenios, sólo fue posible por la pasividad de los muchos ante la violencia de pocos.

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